¿Triste? ¿Apagado? Pautas para liberar tu parte infantil y conectar con su alegría vita

Independientemente de nuestra edad, todos llevamos un niño interior que es importante cuidar y atender.

Todos llevamos un niño o niña interior como ser oculto que determina nuestra forma de ser. La persona que somos depende, en gran medida, de cómo vivimos la infancia y los patrones de conducta que entonces adquirimos. Felices, solitarios, expansivos, introvertidos, románticos o aventureros, son diversas formas de ese niño que mora en nosotros. Por mucho que seamos adultos, esa parte infantil sigue viva.

Dentro de las etapas de la vida, la vejez puede representar una vuelta a los orígenes, con los ancianos comportándose otra vez como niños. Los adultos nos creemos muy serios y abandonamos el sentido lúdico de la vida, desatendiendo a nuestro niño interior.

omo dice el sabio monje budista Thich Nhat Hanh, “en todos nosotros hay un niño que sufre… Muchos hemos vivido experiencias traumáticas en la infancia. Con frecuencia tratamos de olvidar esos momentos dolorosos para protegernos y defendernos del sufrimiento futuro… Ese niño herido está también en cada célula de nuestro cuerpo. No tenemos que buscarlo lejos, en el pasado. Basta con que ahondemos en nuestro interior para conectar con él.”

Ciertamente, la gran herida que llevamos con nosotros en la vida proviene de ese niño interior. Por eso es importante cuidarlo y atenderlo para poder sanarla. Thich Nhat Hanh, que además de ser activista por la paz y gran difusor del zen o el mindfulness, ha escrito más de cien libros. Entre ellos El arte de cuidar a tu niño interior (Paidós, 2017), donde nos da una serie de consejos que nos ayudan a establecer una relación con este arquetipo psicológico tan importante. Estas son algunas de sus recetas.

Cómo cuidar al niño interior

1. Escúchalo

La primera condición es prestar atención al niño interior. Darle espacio para que pueda manifestarse. No hay que escapar de él temiendo que nos haga sufrir. Si tiene una agenda pendiente con una lista de reclamaciones, es bueno repasarla y atenderla. Hay que escuchar esa vocecilla pidiendo ayuda.

2. Habla con él

El siguiente paso es establecer un diálogo con él. Como plantea Thich Nhat Hanh, podemos decirle cosas como “he estado muy ocupado; te he desatendido, pero ahora he aprendido una manera de volver a ti. Voy a cuidarte muy bien”. Esta puede ser una manera de paliar su sufrimiento y abandono. Los diálogos internos son sanadores si no siguen pautas obsesivas y neuróticas. Habla desde tu corazón.

3. Sana su herida

Contactar con el dolor más profundo es el principio de sanación. Llevar la mirada, la atención y el foco hacia ese niño o niña que sufrió, resulta fundamental para cicatrizar un mal que puede desangrarnos de forma interna e invisible. La herida crece y se enquista si no es contemplada. Conocerla y aceptarla es el punto de partida. Para curarla, cada día hay que hablar varias veces con ese niño interior que está en cada célula de nuestro cuerpo.

4. Reconcíliate

Debemos mostrar comprensión y compasión hacia nuestro niño interior. Expresarle nuestro amor. Vuelve a ti, conecta contigo y cuida de ti mismo. La reconciliación con uno mismo es un manantial de salud y felicidad. La autocrítica y exigencia nos condenan. Querer ser guerreros de gestas heroicas a veces nos alejan del niño interior y de la persona que somos. La vulnerabilidad y el bajar la guardia nos reconcilian por mucho que transitemos un mar de lágrimas.

Transgeneracional

La carga familiar

El concepto de niño interior tiene un aspecto muy importante que es la creencia de que todos nuestros ancestros viven en él. “Cuando abrazamos al niño herido que habita en nosotros estamos abrazando a todos los niños heridos de nuestras generaciones pasadas”. Estas palabras del anciano monje budista nos llevan a lo transgeneracional, a aquello que la psicología humanística denomina sistémico y que muchas veces se trabaja mediante las constelaciones familiares.

También existen otras técnicas para relacionarse con nuestro niño interior y la carga simbólica familiar que le acompaña. Aquí van tres simples ejercicios que puedes realizar para sanar y despertar lo mejor de tu niño interior.

Una foto

Recupera una foto de cuando eras pequeño. Entre los tres y siete años que es cuando parece que la personalidad empieza a sellarse. Déjala durante unos días en un lugar visible. Puedes ponerle una vela de vez en cuando, como si fuera un pequeño altar que honras y contemplas. Observa cómo eras y trae al presente esa parte de ti.

Un objeto

Elige un objeto de tu infancia. Puede ser un juguete, un peluche, una prenda de vestir… Lo que quieras, pero que para ti tenga una carga simbólica importante. Algo que a tu niño interior le gustara mucho, un objeto que le represente en su estado más puro e infantil. Trata de concretar sin caer en el acto compulsivo de amontonar cosas del pasado; si no, el objeto perderá su potencia simbólica.

Una carta

Escribe una carta de amor a tu niño herido, de forma libre y espontánea. Reconcíliate con él y muestra tu gratitud por todo lo que te aportó y pídele que te acompañe en la vida de un modo alegre. Tranquilízalo y háblale en primera persona. Libera tus emociones, sentimientos de dolor y sé sincero. Haz las paces con tu niño interior y prepárate para celebrar la vida.

Claves para despertar la felicidad latente en tu niño/a interior

Aprende a gozar de tu parte infantil

Una vez hemos curado heridas, llega el momento de gozar de nuestra parte infantil. El niño interior es una fuente de alegrías, además de motor vital que alumbra radiantes horizontes.

Sé activo y vital. Despertar el niño que llevamos dentro nos reconecta con la vitalidad y la alegría de vivir. Sigue su naturaleza activa. Haz cosas: sal, relacionarte, emprende actividades y permite que tu cuerpo se exprese. Es momento de abandonar el sofá y la vida sedentaria.

Golosinas y chucherías. A tu parte infantil le gustan las golosinas, así que dale todo aquello que le gusta. Esta es la mejor forma de cuidarse a uno mismo. No se trata de empacharse de dulces y caramelos, sino de entender de forma simbólica la golosina como eso que nos hace felices de forma inmediata. Esta es una practica para despertar lo mejor de tu niño interior. Una vez lo hayas logrado, no es cuestión de vivir en una nube de golosinas. Los extremos son nocivos, pero un caramelo de vez en cuando viene muy bien.

Todo es juego, diviértete. La vida es juego. El sentido lúdico de los niños es la esencia de su naturaleza. Trata de acometer todo lo que hagas en la vida como si fuera un juego. Búscale la parte lúdica. Ya en los albores del siglo XX, Johan Huizinga señalaba en su libro Homo Ludens (1938), la importancia del juego en el desarrollo de los humanos

Conecta con tus pasiones y lo que más te gusta. Déjate llevar por lo que más te apasiona y te divierte. Esta era tu principal motivación cuando eras niño, ¿por qué no dejar que impulse tu vida durante un tiempo? Si despiertas a tu niño interior, verás como poco a poco irá recordándote aquello que más te gustaba. Trata de relacionar tu vida con tus pasiones y anhelos más profundos. Los niños no ponen problemas a sus deseos; en todo caso somos los padres quienes los reprimimos o marcamos límites.

Empápate y sé una esponja. Las ganas de aprender nos llevan a ser esponjas cuando somos niños. En la infancia nos convertimos en un canal abierto a todo cuánto nos rodea. Luego al crecer, nos encerramos en nuestras creencias. Así que vuelve a abrir la puerta a la curiosidad y a esa sana intención de empaparte de experiencias, juegos, personas o conocimientos.

Pregúntalo todo. Si algo define la curiosidad infantil son las preguntas inacabables. ¿Por qué sale el sol? ¿Por dónde llega el año nuevo? ¿Qué mueve las agujas del reloj? Cualquier cosa es digna de ser preguntada pese a desespero de los interlocutores que deben atender tantas cuestiones. Al crecer, creemos saberlo todo y dejamos de preguntar, o lo hacemos de forma contenida. Si despiertas al niño interior volverás a bombardear con preguntas de todo tipo. No importa si tienen o no sentido.

Flexibiliza cuerpo y mente. La flexibilidad es la condición somática de la infancia. Hay culturas o creencias que incluso miden la edad según la flexibilidad que tenemos. Un árbol viejo se quiebra, pero aún teniendo muchos años, sus ramas de doblan, sigue siendo joven. Nuestro cuerpo funciona de igual modo, la elasticidad nos rejuvenece. Si también somos flexibles de mente, mostraremos la condición de ese niño interior que no vive según pensamientos limitantes y rígidos.

Imagina y crea nuevos puntos de vista. El preguntar y la flexibilidad mental son caminos para obtener nuevos puntos de vista. La imaginación es parte esencial de un niño. Deja que esta condición sea tu motor vital de vez en cuando. Para ello hay que practicar e inspirarse, imaginando una y otra vez. Lee cuentos, poesía, dibuja y no dejes de imaginar.

Vive sin prejuicios ni patrones establecidos. Suprime las limitaciones o los umbrales que marcan tu terreno. Las creencias establecidas, los prejuicios, las obligaciones limitantes, son todo cosa de mayores. Juega a instalarte junto a tu niño interior en un espacio donde todo esto no te condicione.

Dibuja tu futuro. Además de dejar volar tu imaginación y todo lo que hasta aquí hemos contado, si despiertas a tu niño interior, lo cuidas y le haces feliz, podrás dibujar el futuro que más quieras.

Los beneficios de este arquetipo psicológico son innumerables y nada tiene que ver con ir por la vida como un Peter Pan. Se puede ser adulto, responsable, consciente del momento vital, las obligaciones y responsabilidades mientras jugamos con nuestro niño interior. Si lo atendemos, sanamos sus heridas y despertamos su jovialidad, seremos más felices.

Fuente: lavanguardia.com

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