EL ESTRÉS POST-TRAUMÁTICO

La exposición a eventos traumáticos y sus consecuencias no son un fenómeno nuevo. Los seres humanos han estado experimentando tragedias y desastres a lo largo de toda su existencia, ya sea en forma de privación y / o violencia temprana o posterior, o en forma de un evento impactante en sus vidas.

Fue en 1980 cuando, por primera vez, el síndrome característico de trauma psicológico se convierte en un diagnóstico formal del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-III) como TEPT (Trastorno de Estrés Post-traumático), y fue caracterizado como un trastorno de angustia por la característica presencia de ansiedad persistente, hipervigilancia y conductas de evitación.

¿Qué entendemos por estrés post-traumático?

El trastorno por estrés post-traumático afecta a las personas que se han visto expuestas a accidentes o eventos traumáticos.

Por definición, un evento traumático es aquel evento negativo, intenso, que surge de forma brusca, inesperada e incontrolable. Se ajeno a la variedad normal de acontecimientos de la vida cotidiana y el individuo se ve implicado en hechos que representan un peligro para su vida, o cualquier otra amenaza para su integridad física (accidentes, torturas, agresiones sexuales, atracos, actos terroristas, violencia de género, …) y psíquica, y los vive como abrumadores, incapaz de afrontarlos, teniendo consecuencias dramáticas, especialmente de terror e indefensión.

La intensidad de los hechos y la ausencia de respuestas psicológicas adecuadas para afrontar algo desconocido y poco habitual, explican el impacto psicológico, de este tipo de eventos.

Los síntomas son de angustia y disociativos (sensación de irrealidad, «embotamiento», aturdimiento, desafección, incapacidad para recordar un aspecto importante de un trauma o, generalmente, después de la situación traumática es habitual que la persona la reviva una y otra vez, y normalmente hay un comportamiento de evitación de aquellos estímulos que puedan aflorar el evento traumático. Todos estos síntomas interfieren la actividad cotidiana del individuo, que se puede sentir irritable, confuso, frustrado, y abrumado por situaciones que antes afrontaba sin ninguna dificultad.

Ante las dificultades en la organización e integración de la experiencia subjetiva se da la disociación, que no es más que una forma de huir de una situación en la que no se ve escapatoria.

El trauma grave provoca una estructura mental disociada, rígida, causa potencial de una crisis de identidad y despersonalización. No sólo se ven las cosas disociadas sino que se comportan de forma disociada, dependiente del self que esté en acción.

Sin embargo, algunas personas que han sufrido un trauma tienen la capacidad de convertirlo en una segunda oportunidad de crecimiento, es lo que se conoce como capacidad de resiliencia.

Resiliencia y “attachment”

El término resiliencia viene de un concepto de la física y se utiliza para expresar la capacidad de algunos materiales para volver a su estado natural después de haber sido sometido a altas presiones deformadoras.

En psicología la entendemos como la capacidad de los seres humanos que han sido sometidos a los efectos de la adversidad, de superarla e incluso de salir fortalecidos de la situación. La resiliencia genera la flexibilidad para cambiar y reorganizar la vida.

Desde el punto de vista de la resiliencia más original se define como el énfasis de la necesidad del otro como un punto de apoyo para superar la adversidad.

Según Boris Cyrulnik, uno de los estudiosos más conocidos de la teoría de la resiliencia y resiliente, como él mismo se define después de sobrevivir a un campo de concentración durante la segunda guerra mundial, por muy grave que sea el que ha sufrido un niño, la mente se revela tan flexible que, con los ingredientes del contacto humano, el entendimiento y la palabra se puede superar.

Los patrones del comportamiento resiliente se sustentan fundamentalmente en los mecanismos protectores que se crean -con mayor frecuencia – entre la madre biológica y su bebé en la etapa prenatal (attachment).

Cuando una persona sufre una situación de estrés post-traumático se despiertan antiguas formas de funcionamiento, principios organizadores, que según Boris Cyrulnik son la base para la construcción de la resiliencia, aunque él dice que una base insegura (un attachment inseguro) se puede reconstruir con nuevas experiencias, es decir, que una situación traumática no es un destino.

Según Cyrulnik los pilares de la resiliencia son:

  • Autoestima consistente. Es la base de los otros pilares y el fruto del cuidador afectivo del niño o adolescente por un adulto significativo «suficientemente bueno» y capaz de dar respuestas-
  • Introspección. Es el arte de preguntarse a sí mismo y darse una respuesta honesta. Depende de la solidez de la autoestima que se desarrolla a partir del reconocimiento del otro.
  • Independencia. Se define como el saber fijar límites entre uno mismo y el medio problemático; la capacidad de mantener distancia emocional y física sin caer en el aislamiento. Depende del principio de realidad que permite juzgar una situación al margen de los deseos del sujeto. Los casos de abusos ponen en juego esta capacidad.
  • Capacidad de relacionarse. Es la habilidad para establecer lazos e intimidad con otras personas, para balancear la propia necesidad de afecto con la actitud de brindarse a otros. Una autoestima baja, o exageradamente alta, generan aislamiento: si es baja por autoexclusión vergonzante y si es demasiado alta puede generar rechazo por la soberbia que supone.
  • Iniciativa. Es el gusto de exigirse y ponerse a prueba en tareas progresivamente más exigentes.
  • Humor. Es la capacidad de encontrar el aspecto cómico de la propia tragedia. Permite ahorrarse sentimientos negativos, aunque sea transitoriamente, y soportar situaciones adversas.
  •  Creatividad. Es la capacidad de crear orden, belleza y finalidad a partir del caos y el desorden. Es fruto de la capacidad de reflexión y se desarrolla a partir del juego en la infancia.
  • Moralidad. Se entiende como la consecuencia de extender el deseo personal de bienestar a todos los semejantes y la capacidad de comprometerse con valores. Es la base del buen trato hacia los demás. Depende de la capacidad de pensamiento crítico. Es un pilar de segundo grado para la resiliencia, fruto de las combinación de todos los demás, y que permite analizar críticamente las causas y responsabilidades de la adversidad que se sufre, proponiéndose maneras de hacerle frente y cambiarlas.

La resiliencia no es una característica innata, tampoco se adquiere como parte del desarrollo natural de las personas. No lo construye la persona por sí misma, sino que se da en relación a un ambiente determinado que rodea al individuo. Esto elimina la noción de fuerza o debilidad del individuo, por eso no se puede hablar de personalidades vulnerables, ni de personas vulnerables.

En la mayoría de casos la única manera de ser resiliente ante el trauma, dado, como se ha visto, la gran importancia que tiene el ambiente que rodea al individuo, es mediante el apoyo de un psicólogo o psicoterapeuta que sea capaz de hacer aflorar los pilares de la resiliencia.

AUTOR

Angeles Codosero Medrano

Psicóloga clínica y psicoterapeuta psicoanalítica

Psicóloga clínica (Col. núm. 6267)
CENTRE DIAGONAL. BARCELONA.
www.centrediagonal.com

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