EL FRACASO ESCOLAR

Cuando se trata de niños, los adultos tendemos a juzgar de forma rápida y lineal, sin pararnos a pensar sobre qué está ocurriendo realmente. Ante el fracaso escolar, se los tacha fácilmente de vagos, despistado o directamente “pasotas”, y lo único que se espera de ellos es un cambio de actitud ante los estudios, pero este cambio no aparece. Incluso, muchos padres y profesores, pueden llegar a pensar que el niño es poco inteligente, y que “no sirve para estudiar”. En otros casos, hay padres que lo viven como un ataque directo, dado que sienten que han hecho mucho sacrificio para subir a los hijos.

Es en este momento cuando empiezan las discusiones, y las acusaciones, las técnicas de premio y castigo…, en definitiva, empiezan el malestar y padecimiento familiar. Tanto padres como profesores, entran en una espiral donde se obsesionan por las notas, por el compromiso de que los padres se responsabilicen de que hagan los deberes cada día, por la aplicación de técnicas de estudio; pero, la mayoría de veces, lo único que se consigue es que con todos estos intentos se cree mayor malestar. Los niños se sienten cada vez más incomprendidos y menos queridos, y los padres se acaban convirtiendo en profesores-policía malhumorados, sintiéndose más fracasados.

Lo peor de toda esta situación, no es el suspenso de las asignaturas, sino la pérdida de motivación, de confianza, de poder ayudar a crecer a nuestros hijos en una mayor autonomía, acabando en un ambiente familiar depresivo. En definitiva, que todos “suspendemos” una asignatura: la de ser padres.

Abordaje del problema

Llegados a este punto lo que realmente se ha de cambiar es la manera de cómo planteamos y vemos el problema, para poder pensar de forma más profunda: ¿Qué es lo que realmente está ocurriendo? ¿Qué hace que el niño o adolescente mantenga la misma actitud? Es curioso, pero cuando hablamos de niños y adolescentes, no aplicamos el mismo baremo que cuando los adultos valoramos nuestra manera de hacer y nuestras actitudes, o cuando deseamos cambiar. Si no rendimos en el trabajo, o en otra área de nuestras vidas, nos preguntamos: ¿Qué nos ocurre? ¿Qué hace que hayamos cambiado? ¿Nos hemos desmotivado? ¿Estaremos deprimidos? ¿Me encuentro en un momento de cambio en mi vida? ¿Por qué no me gusto? Muchas veces nos damos cuenta que cambiar nuestra forma de funcionar no es nada fácil, y que se requieren grandes esfuerzos. Incluso somos capaces de consultar con un profesional, pero, muchas veces, no es así cuando necesitamos ayuda para resolver situaciones como las descritas en el primer párrafo con nuestros hijos.

La primera ayuda que podemos ofrecer a nuestros hijos, y que yo recomiendo, sería ponernos en su piel, y preguntarnos, como si fuéramos ellos, que es lo que impulsa a tener esta actitud. Hemos de transmitirles que estamos con ellos, y que juntos y con confianza, intentaremos entender que es lo que le está ocurriendo.

Las causas y variables del fracaso pueden ser múltiples:

– Nos podemos encontrar el niño/a que nunca han ido bien, y que ha pasado al siguiente curso con mucha dificultad, hasta llegar a un curso, que no puede superar. En muchas ocasiones, especialmente en primaria, se ha sugerido por parte del colegio, la repetición de curso, pero es vivida por los padres con mucha vergüenza, incluso como un fracaso personal. En primaria encontramos muchos casos donde se han observado dificultades en la prelectura, pero nunca se ha puesto remedio o se ha atendido como un problema cuya resolución es prioritaria, y se ha pensado que con el paso al siguiente curso ya se iría corrigiendo, pero, en muchas ocasiones, lo que ocurre es todo lo contrario: que el niño/a, debido a este problema, acaba teniendo un problema de aprendizaje que no le permite adquirir los conocimientos necesarios para consolidar cursos superiores, como consecuencia de un problema de lectoescritura que le dificulta tanto la compresión, como la posterior expresión, oral o escrita, de lo que estudia. En estos casos es conveniente un buen diagnóstico por parte de un psicólogo clínico, y posiblemente una posterior derivación a un psicopedagogo o un logopeda, según la problemática detectada.

– En secundaria nos podemos encontrar preadolescentes o adolescentes que bajan el rendimiento, sin motivo aparente. En estas situaciones, como padres, nos hemos de interesar por saber quiénes son sus amigos, como organizan su tiempo, cuáles son sus nuevos intereses y gustos,…. Aunque nos pueda parecer que son los mismos niños de hace poco tiempo, el cambio vivido de primaria a secundaria es importante, además que la etapa de la preadolescencia y adolescencia es una etapa de preparación a la etapa adulta, donde en relativamente muy poco tiempo se van a producir cambios muy rápidos e intensos a nivel psicobiosocial, que en algunas ocasiones son difíciles de asimilar en poco tiempo. Es importante ser hábiles y sabernos acercar con diálogo, de forma tranquila y sosegada, y con sentido común. También hemos de ser muy conscientes que, a pesar de la supuesta total autonomía que intentan hacernos creer que tienen, sólo es una máscara o defensa, muchas veces entendida por los adultos como “chulería”, “prepotencia”…., pero no nos ha de distraer del hecho que siguen necesitando a sus padres, ciertamente de otra manera: como guía hacía la etapa adulta; y no olvidar que, ni hemos de actuar como amigos, “colegas”, ni formar parte del control más estricto como si fuéramos policías. En esta etapa, las malas notas pueden ser algo circunstancial. En este caso, poniendo los recursos descritos, normalmente, será suficiente; pero si los resultados son persistentes es cuando se acaba provocando malestar y desconcierto que acaban afectando a las relaciones familiares y escolares. Es importante no alargar esta situación para no cronificarla, ya que puede desembocar en el abandono de los estudios, y poner en riesgo el futuro profesional, así como las capacidades intelectuales, y la personalidad del adolescente. En este último caso sería recomendable consultar con un psicólogo.

-Otros caso es cuando un niño /a o adolescente pasa a suspenderlo todo. Aquí el problema normalmente es más de fondo, y los suspensos probablemente no son más que un aviso de alarma o síntoma que, sin lugar a dudas, hace falta investigar, ya que, muy probablemente, los suspensos están expresando un malestar interno. En estos casos, recomiendo siempre consultar con un psicólogo, con el fin de poder poner palabras a aquello que realmente está ocurriendo. A veces estos casos están íntimamente relacionados por situaciones de separación de los padres, pérdida de un ser querido, o otras circunstancias externas que le afectan, tanto a nivel escolar, como a nivel emocional.

– En otras ocasiones ocurre al revés: ya existe algún trastorno emocional y/o de conducta, no tratado. Son los casos que acaban generando un pensamiento empobrecido y resistencias a averiguar lo que les ocurre, “a saber”, y acaba repercutiendo en el aprendizaje escolar y provocando dificultades para estudiar. Un ejemplo de esto son los casos, pueden ser aquellos niños diagnosticados, a veces con demasiada facilidad (sin ningún tipo de diagnóstico diferencial), de TDAH (Trastorno Hiperactivo con Déficit de Atención), y que son medicamentalizados, sin intentar averiguar que es lo que realmente le está ocurriendo al niño, pero es más cómodo para padres y profesores, sin plantearse las consecuencias en un futuro de esta medicación. Esto nos podría recordar los casos de mujeres que en los años 80 habían sido tratadas con anfetaminas para mitigar el apetito y poder adelgazar. Todos los profesionales que hemos vivido el ámbito hospitalario, hemos sido testigos de cómo algunas de estas mujeres eran ingresadas no habiendo padecido antes trastorno mentales.

Conclusión

Por todo esto considero muy importante que, si en el primer intento, los padres no logran averiguar qué es lo que realmente le ocurre a sus hijos, consulten con un psicólogo clínico y/o psicoterapeuta. El diagnóstico, como ocurre en muchas ocasiones, no ha de ser la simple pasación de una batería de tests y de pruebas estandarizadas, ya que dicha batería es únicamente una parte del diagnóstico, que también ha de consistir en la observación en las entrevistas tantos del niño o adolescente como de los padres, profesores y/o tutores. El diagnóstico será el resultado de correlacionar todos estos datos, tanto el resultado de las pruebas, como el de las entrevistas.

Una vez obtenido el diagnóstico es importante que la devolución no se haga solamente a la familia, sino también a profesores y tutores, con el fin de realizar un abordaje integrado que permita seguir una misma línea de trabajo.

AUTOR

Angeles Codosero Medrano

Psicóloga clínica y psicoterapeuta psicoanalítica

Psicóloga clínica (Col. núm. 6267)
CENTRE DIAGONAL. BARCELONA.
www.centrediagonal.com

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