LA NECESIDAD DE PONER LÍMITES EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

Con este artículo se pretende poner de relieve la importancia y necesidad de poner límites en la infancia y la adolescencia, pero entendiendo que poner límites no es sinónimo de prohibición ni castigo, sino algo más complejo y enriquecedor, como es la función de educar y poder ofrecer un espacio tanto físico como mental de contención.

¿Por qué son necesarios los límites en la infancia y adolescencia?

Estamos viviendo un momento histórico con una clara crisis de valores, cuya consecuencia es la sociedad actual, donde parece imperar la cultura del “todo vale”. Hemos pasado de una sociedad donde todo estaba prohibido, y por lo tanto los límites eran muy extremos, a una sociedad donde predominan los valores narcisistas, centrados  en uno mismo sin tener en cuenta las consecuencias para los demás, y sin creer que haya capacidad para tolerar la frustración, la espera, donde la imagen de poder y de dominio está por encima de cualquier valor.

Es en este contexto que es necesario saber poner límites desde la más tierna infancia,  y ya no sólo para intentar revertir los valores mencionados, dado que sería un tanto utópico,  sino simplemente como herramienta de prevención en salud mental. Los profesionales en salud mental cada vez más nos encontramos ante un cambio de patología, donde predominan los trastornos de personalidad, ya sea de tipo narcisista, limítrofe, dependiente,…, trastornos que no ayudan para nada al cambio de valores de nuestra sociedad,  en contraposición de lo que era más habitual en el pasado, donde predominaban rasgos  más neuróticos, fruto de la represión, no por ello menos perjudiciales, pero con menos consecuencias sociales, ya que eran sufridos básicamente por el propio sujeto, contrariamente a los trastornos de personalidad, cuyas consecuencias también las sufren los demás.

 ¿Cuáles son las funciones de poner límites?

Desde un punto de vista evolutivo, cuando los niños son pequeños, es necesario delimitar el espacio físico, con el fin de que se sientan seguros, a la vez que reducimos la probabilidad de accidentes.

Ofrecer este espacio seguro da la posibilidad a los niños de tener un espacio para jugar, explorar y, en definitiva, aprender y ganar confianza en sí mismos. Esta delimitación física es necesario que no esté excesivamente enriquecida en estímulos, para que el niño pequeño pueda tomar consciencia de su cuerpo en relación al espacio físico que le rodea. Por ejemplo, en edades donde la exploración es básicamente oral, no les dejamos a su alcance cualquier objeto.

A medida que el niño va creciendo los límites en el espacio físico hacen que surja la necesidad de límites  psicológicos, que les hace sentir que hay alguien que está por ellos y que funciona como contención. Todos nos hemos encontrado en situaciones, como por ejemplo en un parque infantil que, con sólo una mirada, ellos pueden entender si se están poniendo en una situación de riesgo. Todo ello les ayuda a ordenar el mundo que le rodea y, con posterioridad, a distinguir aquello que está bien de lo que está mal, ayudándoles a pensar y reflexionar y, en definitiva, generándoles confianza.

El hecho de tener la posibilidad de pensar y reflexionar sobre su comportamiento, les permite poder tomar iniciativas y, por lo tanto, poder encontrar soluciones. A título de ejemplo nos podemos encontrar que, en algunas situaciones, el niño llega a casa explicando situaciones que son vivenciadas como injustas. El hecho de poderlas compartir, hablar sobre ellas,  ayudarles a volverlas a pensar desde diferentes puntos de vista e intentar buscar soluciones, les hace sentir menos inseguros y menos  incomprendidos,  y les ayudará a controlar sus impulsos y, por lo tanto, a aprender a evitar situaciones que puedan poner en peligro su integridad física y/o psicológica.

En definitiva, el hecho de tener límites, les ayuda a ser más conscientes de sí mismos, a ser capaces de reconocer sus pensamientos y sentimientos, y a ser capaces de ponerse en “la piel de los otros”, es decir, a ser más empáticos, incrementando el respeto por uno mismo (autoestima) y por los demás.

Todo esto favorece, en el niño y en el posterior adolescente, al desarrollo cognitivo y emocional, a la mentalización y a la adquisición de la identidad, lo cual posibilita el tener criterio propio.

Este acompañamiento, bien realizado, es lo que se podría entender como el éxito en la consecución de los objetivos de la función paterna, ya que muchas veces se confunde el objetivo de la función paterna, que es este acompañamiento a ayudar a crecer, y que puedan ser ellos mismos, con que sean lo que lo que los padres no pudieron ser, fomentando los trastornos de personalidad de los hijos.

¿Cómo se ponen estos límites?

Poner límites no es una tarea fácil, como hemos dicho no significa solamente decir “no”, ni castigar, ni prohibir. Se trata de observar, de saber escuchar para de esta manera poder entender y comprender sus necesidades, y en función de todo ello poder comunicar y dialogar con ellos para ayudarles a pensar lo que les conviene en todo momento. De esta manera,  a partir de cierta edad, serán ellos los que logren tener estas funciones interiorizadas, como la de saber escuchar a los demás, y a ellos mismos, y la de aprender a través de la experiencia.

Esta función de poner límites ha de ser compartida. Los padres, de forma conjunta, se han de responsabilizar de la educación de los hijos, de acuerdo a las circunstancias que rodean a la familia en cada momento. Es necesario, e importante, que los padres no se desautoricen entre ellos delante de los hijos.

AUTOR

Angeles Codosero Medrano

Psicóloga clínica y psicoterapeuta psicoanalítica

Psicóloga clínica (Col. núm. 6267)
CENTRE DIAGONAL. BARCELONA.
www.centrediagonal.com

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